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Trompo y Zaranda

Miguel Acosta Saignes

Tomado de la Revista Shell. Diciembre de 1957



CUANDO EL TROMPO FINO BAILA, el aire se llena de un cierto rumor de seda que cántese. Cuando zumba, en cambio, el de pesado moverse, escuchase rumor de pequeño huracán cercano. Otros hay de torpe danza: unas cuantas vueltas y ya caen sobre el costado, cansados, llenos de la fatiga del giro violento.


Cuando llega la época de jugar el trompo, apréstense los chicos de toda Venezuela, afilan puntas, solicitan clavos, piden pedazos de fuerte madera de “corazón de vera”, para resistir en sus juegos las tremendas “mapolas” y para tener, a más de resistentes trompos “servidores”, otros, de ágil baile, con los cuales pueda acertarse el cuerpo de los que “sirvan”, después de haber perdido cuando se “pica la troya”.


Los niños pequeños conténtense con las inofensivas zarandas. Estas primas hermanas de los trompos han adquirido ese nombre en Venezuela, pues el de zaranda se da a los cedazos en otros lugares del mundo de habla hispana. Las zarandas son livianas, fabricadas con materiales ligeros, y en la época de la máquina, han adquirido mecanismos que las vuelven musicales. Sus cuerpos se cubren además con esbeltas líneas multicolores. Por los campos los chiquillos y aun las personas mayores juegan, no con las pintadas zarandas de los habitantes de las ciudades, sino con las que ellos mismos fabrican con sus totumas. Durante la Semana Santa, por todo el país bailan sobre un largo pie de madera las zaranditas de calabaza, con las cuales compiten en curioso juego que practican ambos sexos, hombres y mujeres, niños y niñas.


Un investigador venezolano Walter Dupouy, realizó una curiosa encuesta sobre la “zaranda de calabaza” y encontró que ese juego se práctica en caso todo el país, aunque existen variantes en el modo de hacer girar la zaranda. En la mayor parte del territorio se impulsa con una cuerda y un corto rectángulo de madera. En tal sentido, la zarandita de totuma, que se fabrica de diversos tamaños, desde muy pequeñita hasta otra del tamaño de una gran maraca musical, se diferencia de los trompos, para los cuales se usa, con el objeto de impulsarlos, solamente un guaral.



En esencia, el trompo de madera y la zaranda de calabaza son el mismo juguete impulsado por una cuerda. Pero no sería imposible que la zaranda de totuma tuviese un origen distinto, en Venezuela, que el trompo. Otros elementos culturales nos llevan a un viaje por extensas regiones del mundo; se conocen todos sus avatares, se saben sus recorridos; se han podido trazar todos los rumbos de sus aventuras. El trompo y la zaranda resultan poco enigmáticos. No podemos con ellos, saltar a España, recorrer Europa, encontrarnos con los árabes, llegar hasta China, como hacíamos con el Papagayo. Ni podemos remontar el río del tiempo para encontrarnos en pleno Paleolítico, como ocurre cuando investigamos el origen del Gurrufío. Sin embargo, poseemos algunos datos sobre el trompo, que nos permiten, si no afirmaciones, como acontece con el origen de otros juegos, si algunas hipótesis.


La investigación sobre la zaranda realizada por Walter Dopouy, a la cual ya aludimos, nos presenta la pregunta de su la amplia distribución del juguete en Venezuela, se debe a que era conocido por los indígenas. Pero nada puede responderse a ello. Algunos investigadores extranjeros como Koch Grünberg, lo han señalado en la Gran Sabana. Otros como Roth, lo han encontrado en otras regiones guayanesas. Los etnólogos señalan que se halla en grupos indígenas de Perú y aún más al Sur, pero nadie puede asegurar que fuese un elemento cultural anterior al descubrimiento de América. Esta zaranda de totuma, que canta con dulce silbido cuando su pie le permite estabilidad perfecta, podría haberse originado en tierras no americanas. Desgraciadamente si poco sabemos de esta zaranda, tampoco poseemos muchas noticias del trompo. Algunas menciones históricas lo sitúan en Inglaterra ya en el siglo XIV, pero en el resto de Europa no atrajo la atención de los historiadores ni escritores de costumbres. Un extraño silencio le rodea, cuando se habla con entusiasmo de otros juegos infantiles. Desde luego, sabemos que el trompo nos vino de España, donde se conocen algunas variedades con otros nombres; perinola, peonza.


Entre nosotros, como actividades de cortesía, los elementos culturales han cedido unos a otros sus nombres y así, denominamos perinola a otro juego que nada tiene que ver con el trompo y sobre la cual hablaremos otro día. En algunas regiones de Venezuela se juega con lo que los españoles denominarían pequeña perinola, cubico, de madera, agudizado en el extremo inferior y en cada una de sus caras planas se graba una letra que permite, según lo que aparezca hacia arriba cuando cesa su giro, que no se prolonga mucho, tomar de las apuestas que se hacen todo, o una cierta cantidad, o nada.


No sabemos cómo llego el trompo a España, si es que no se originó allí. ¿Fue transportado, como tantas otras cosas, por los árabes? El mundo mediterráneo ha sido una marmita en extraordinaria ebullición cultural durante milenios. Por las costas de su mar se han trasladado rasgos de Europa a África y viceversa: de África al Oriente; desde China hasta los países europeos. Y desde aquellos rumbos han saltado innumerables dones a América. Los etnólogos, incansables, no se contentan con desconocer los orígenes y por eso insisten en su pregunta: ¿De dónde llegaron el trompo y la zaranda a nuestras tierras americanas? ¿Es que existía la segunda por acá? Algunos se han atrevido a iniciar una respuesta: “Tal vez la zaranda vino con los africanos; quizás los hombres esclavizados trajeron entre canciones y sones de tambor, algunos juguetes. El trompo se ha conocido desde hace mucho en África de allí podría proceder la zaranda nuestra”.


Es curioso que una palabra latina –turbo- y otra griega –rombos-, sean traducidas por algunos autores como “trompo”. Sin embargo, hay quienes aseguren que en realidad se refieren a algo distinto, al “zumbador”, a la “bramadera”, hermana gemela del gurrufío. Como se sabe, este se empleaba en los misterios dionisíacos. ¿Estaría allí presente del mismo modo el trompo? Son parientes por el pequeño rugir, por su acción de originar la voz del viento, a voluntad. Y no sería imposible que el trompo, como la bramadera, hubiese servido para ritos de fertilidad agraria y humana.


Resulta curioso que si aquellas dos palabras sirven, según los expertos, para designar dos elementos emparentados, también en el lenguaje de los Andes Venezolanos se llama con un solo término a la bramadera y el trompo: con la palabra “runche”. Alude, seguramente, al sonido de ambos.


El trompo ideal para los jóvenes jugadores es el que “canta mucho y es liviano”. Puede ser tomado con mucha rapidez en la mano, para empujar al trompo adversario y permite gran puntería, para “picar la troya”. Se toma ventaja acertando en el centro o en las cercanías de un tosco círculo que se traza en la tierra al iniciarse el juego. Y ello emparenta al trompo también con ceremonias de tipo misterioso, con la cábala, en la cual se emplean espacios cerrados para conjurar potencias misteriosas dela naturaleza. Y, podríamos preguntarnos: ¿Escuchan simultáneamente los sacerdotes de Dionisios el rugir dela bramadera y del trompo? ¿Utilizaban, para secretas invocaciones de las potencias de la fertilidad, círculos mágicos que ahora se han transformado en solo utilidad de juego?


También el trompo no lleva un viaje de hipótesis, de conjeturas, de posibles relaciones. Pertenece, como el papagayo y el gurrufío, a los juegos que están emparentados con el viento, con el huracán, con las brisas. Algunos rugen, poderosos y amenazadores, como vientos de tempestad; otros susurran, como frescos alisios. Otros dan pequeños saltos cuando su pie no está perfectamente adaptado al cuerpo.

En Venezuela el decir popular ha hecho al trompo símbolo de lo normal, de las cosas que marchan suavemente, dentro de la cordialidad y el entendimiento. Queda ello sintetizado en el dicho sentencioso de quien se encuentra ante situación dudosa o ha lanzado una jactancia: “Cógeme ese trompo en l´áuña, a ver si tataretea”.


Artículo en la Revista Shell de Diciembre de 1957


MIGUEL ACOSTA SAIGNES

Nació en San Casimiro, Estado Aragua el año de 1908. Estudio en Caracas y en México, donde se especializo en Etnología y Ciencias Sociales. Fue fundador y director durante dos años de la Escuela de Periodismo y dela Comisión de Indigenismo de la Universidad Central de Venezuela. Fue Director del Instituto de Antropología y Geografía de la Facultad de Humanidades y Educación de la misma universidad. Además, Acosta Saignes destaca no solo en su especialidad universitaria, sino también en el campo dela literatura y del periodismo, donde tiene ganado puesto de primer orden.



 


Para complementar el excelente artículo de Saignes (1957) le ofrecemos disfruten de estos dos vídeos recogidos del FESTIVAL DEL TROMPO Y LA ZARANDA que se celebra durante la Semana Santa en el territorio llanero binacional del Casanare.








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