“Alegoría a la Victoria” es una escultura que se encuentra ubicada al final de la avenida Centroamérica, urbanización Las Acacias, parroquia San Pedro de Caracas. Esta mole en piedra artificial permanece como atento guardián que le sirve de antesala al Liceo "Padre Machado" no es más que la representación mítica de Prometeo, el gran benefactor de la humanidad. Urdió un primer engaño contra Zeus al realizar el sacrificio de un gran buey que dividió en dos partes: en una de ellas puso la piel, la carne y las vísceras, que ocultó en el vientre del buey y en la otra puso los huesos pero los cubrió de apetitosa grasa. Dejó entonces elegir a Zeus la parte que comerían los dioses. Zeus eligió la capa de grasa y se llenó de cólera cuando vio que en realidad había escogido los huesos. Desde entonces los hombres queman en los sacrificios los huesos para ofrecerlos a los dioses pero la carne se la comen.
Indignado por este engaño, Zeus privó a los hombres del fuego. Prometeo decidió robarlo así que trepó el monte Olimpo y lo cogió del carro de Helios (en la mitología posterior, Apolo) o de la forja de Hefesto y lo consiguió devolver a los hombres en el tallo de una cañaheja, que arde lentamente y resulta muy apropiado para este fin. De esta forma la humanidad pudo calentarse.
Para vengarse por esta segunda ofensa, Zeus ordenó a Hefesto que hiciese una mujer de arcilla llamada Pandora. Zeus le infundió vida y la envió por medio de Hermes a Epimeteo, el hermano de Prometeo, junto a la jarra que contenía todas las desgracias (plagas, dolor, pobreza, crimen, etcétera) con las que Zeus quería castigar a la humanidad. Epimeteo se casó con ella a pesar de las advertencias de su hermano para que no aceptase ningún regalo de los dioses. Pandora terminaría abriendo el ánfora (para otros, una caja). No obstante, al ella percatarse que todos los males se colaron por la tapa abierta, logró cerrarla inmediatamente, quedando en el fondo de la misma la esperanza.
Tras vengarse así de la humanidad, Zeus se vengó también de Prometeo e hizo que le llevaran al Cáucaso, donde fue encadenado por Hefesto con la ayuda de Bía y Cratos. Zeus envió un águila (hija de los monstruos Tifón y Equidna) para que se comiera el hígado de Prometeo. Siendo éste inmortal, su hígado volvía a crecerle cada día, y el águila volvía a comérselo cada noche. Este castigo había de durar para siempre, pero Heracles (Hércules para los romanos) pasó por el lugar de cautiverio de Prometeo de camino al jardín de las Hespérides y le liberó disparando una flecha al águila. Esta vez no le importó a Zeus que Prometeo evitase de nuevo su castigo, al proporcionar la liberación más gloria a Heracles, que era hijo de Zeus. Prometeo fue así liberado, aunque debía llevar con él un anillo unido a un trozo de la roca a la que fue encadenado.
Ernesto Maragall, autor también de diversas esculturas públicas en Caracas durante los años 40 y 50 del siglo XX (entre ellas, el conjunto alegórico de la Fuente de Plaza Venezuela, hoy en el Parque de Los Caobos; el conjunto escultórico de Los Símbolos en la Plaza del mismo nombre), lleva a la piedra la interpretación mítica del titan griego la victoria que los ejércitos aliados obtuvieron en la Segunda Guerra Mundial y que terminó con la misma en 1945.
Esta figura debía encabezar el inicio de la avenida Victoria, de ahí igualmente su nombre, como memorial de la “Victoria” y fin de ese período tenebroso que padeció el mundo. Se estima su ejecución cercana a 1953.
Es importante destacar que en la sesión del día 30 de julio de 1958, el Concejo Municipal del Distrito Federal acordó designar con el nombre de Isaías Medina Angarita a la avenida Victoria, para honrar a quien fuera presidente constitucional del país durante el período 1941-1945, prohombre de la vida pública cuyo gobierno no solo tuvo siempre como norma el más absoluto respeto a las libertades públicas sino que impulsó de manera efectiva el progreso cultural y social de Venezuela.
La escultura porta en su mano izquierda el fuego arrebatado a los dioses y que sirve para iluminar a la humanidad. De acuerdo con la propuesta original, esta efigie estaría inserta en un espejo de agua con fuentes, que recuerda el mismo estilo de la Fuente Monumental Venezuela del propio autor, en lo que hoy es el Portachuelo, justo después de la Roca Tarpeya, en el cruce entre las tres avenidas (Victoria, Nueva Granada y Guzmán Blanco, también conocida como Cota 905). Eso explicaría su escala colosal (6 metros de altura incluida el pedestal). Sin embargo, por causas desconocidas la escultura quedó emplazada al final de la calle Centroamérica, alterando el proyecto original de una fuente monumental. En el documento de entrega de los espacios públicos a la Municipalidad (20.11.1956) por parte de la urbanizadora Las Acacias, se señala que la obra está circundada “por piscina con su correspondiente sistema de fuentes de agua y equipo eléctrico de bomba, con todos sus accesorios”. Actualmente se encuentra en regular estado de conservación y el espejo de agua funge como jardinera. Observando la escultura el diálogo luce desproporcionado con el espacio.
Una costumbre que parece olvidada es aquella por la cual los estudiantes del Liceo solían tocar las nalgas desnudas de este pétreo titán como ritual de fortuna para obtener resultados exitosos en sus exámenes, especialmente, los finales de curso. No se tienen datos si efectivamente se les otorgó la tan angustiosa suerte, luego de una noche en vela a base de café repasando las últimas lecciones. Tanto estudiantes como vecinos lo han llamado “El Indio” y su enclave, placita de “El Indio”.
Inexplicablemente esta obra no aparece inscrita en el Registro de Bienes Culturales, si bien la fructífera obra de Maragall goza de merecido reconocimiento oficial, no obstante, debido a su importancia histórica, se exhorta al Instituto del Patrimonio Cultural inscribirla individualmente y otorgarle la condición de Bien de Interés Cultural del país
Octavio Sisco Ricciardi