José Esteban Pérez Sira
Las festividades tradicionales venezolanas son eventos cargados de símbolos. Leyendas, bailes, máscaras, rituales son componentes simbólicos al igual que las imágenes de santos y alegóricas como sucede en el caso de las diversiones orientales en cuya realización una enorme langosta manipulable, un pez u otro tipo de animal son el centro. Éstas, además, son inspiración para bailes, dramatizaciones y cantos en cuya interpretación e improvisación destacan connotados artistas populares. Enseñar, transmitir, las festividades tradicionales tienen en estos símbolos su principal atractivo y fuente de inspiración.
Adaptamos, en el pasado, una forma de enseñarla dirigida a niños de un campamento recreacional basándonos en el componente lúdico y teatral que abundan en estas. Uno de los primeros modelos de nuestro ensayo lo constituyó la Parranda de San Pedro, festividad basada en María Ignacia, negra esclava que según la leyenda existió en épocas de la Venezuela esclavista en alguna de las haciendas de Guatire y/o Guarenas.
María Ignacia y la parranda de San Pedro, en general, fueron convertidas en teatro, de hecho, en Guatire donde hacen una representación dramática cada año frente a la iglesia antes de la misa del día 29 de junio fecha conmemorativa de San Pedro.
La historia de la esclavitud, el relato de la promesa, y pago de la misma con canto y baile integrados son, de por sí, una entretenida dinámica, nada complicado combinar estos componentes en una apuesta lúdica.
Fue una labor interesante. En nuestro modelo recreativo la leyenda constituyó el marco de la actividad, dando vida, al personaje (tal como lo hacen en la festividad de junio en Guatire y Guarenas). Lo demás lo fuimos creando con aportes del equipo recreador y un coordinador tomando cada insumo y convirtiéndolo en un contexto explicativo sobre quien era María Ignacia, la historia de la esclavitud relatada, actuada por ella, su preocupación por la enfermedad de Rosa Ignacia (su hija), etc.
El personaje María Ignacia era representado por un recreador, los niños hacían de sampedreños, personajes que visten un “paltó levita”, sombrero de copa alta y cara pintada de negro, para ello debería concluir la hechura de un sombrero pegando los recortes previamente preparados del “Pumpá”. Como tarea, los niños tenían que contribuir con María Ignacia en su ruego a San Pedro y el pago de promesa. Los coticeros (también niños) bailaban en un momento determinado para celebrar el milagro, este baile era fue adaptado como juego que tuvo sus diversas variantes. En esencia era una competencia que, en algunos casos, consistía en demostrar destrezas, ( pisar y no dejarse), con utilización de unos cartones a la manera de los pedazos de cuero que utilizan los coticeros..
Hay otras festividades que no ameritan adaptación para convertirlas en teatro y/o juego, porque lo son de hecho, un ejemplo es la parte del Tamunangue denominado “El Poco a poco”, uno de sus siete sones. Teatro, baile, juego, todo contiene este Son. El baile consta de dos partes (tres, en el caso de Barquisimeto), Los Calambres, El Caballito, y El Guabinero (Barquisimeto). Los Calambres comienzan como casi todos los sones con un coqueteo de las parejas hasta que el bailador enferma, ella le asiste siguiendo las instrucciones del cantador, le hecha aire, el hombre casi desmaya, tambalea, tiembla, en fin, por ahí va el drama cada uno agrega sus elementos para hacer más atractiva su parte de humor. La otra parte, El Caballito, es juego puro, comienza igualmente con baile y coqueteo hasta que el cantador ordena: “¡En cuatro patas!”, desde ese momento el bailador es un caballo y su pareja toma un pañuelo, a manera de soga, para tratar de amarrarlo, en eso consiste el juego. Hay caballitos “muy mañosos” que no son fáciles de enlazar, todo depende de la resistencia del cuadrúpedo corriendo y evadiendo sobre sus cuatro extremidades, y la astucia de la bailadora para enlazarlo..
Los Pastores del Niño Jesús (Carabobo, Aragua) cuentan entre sus personajes con el “Titirijí” y “El Cachero” cuyos roles facilitan la puesta en práctica de juegos no menos entretenidos, por supuesto con alguna adaptación que permita involucrar a los participantes. Lo mismo sucede con El Mono de Caicara, Maturín, La Culebra de Ipure, etc.
El juego es una manera de enseñar las tradiciones a los más chicos, una vez concluida la dinámica, explicar el lugar donde se realiza, como se hace, características y su importancia, con seguridad se hará más accesible para ellos pues ya estarán más involucrados en el tema. Un factor importante para ello es la creatividad, la imaginación de quien diseñe la actividad, claro, sin dejar de tomar en cuenta que el fin principal es conducir el interés por el conocimiento y valoración de nuestras tradiciones culturales.
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