
¿Qué se puede decir de la arepa que no se sepa? Parece de Perogrullo hablar sobre el pan de maíz que nos acompaña sola o rellena en la mesa venezolana. Las arepas rellenas desafían la genialidad culinaria de quienes las preparan: las hay desde las más simples, como aquellas con un número variado de tipos de quesos (llanero, de año, guayanés, telita, amarillo), las “pelúas” con carne mechada hasta las “dominó” con caraotas negras. Las hay también con un sinnúmero de ingredientes embutidos que parecen retar la abertura bucal de quienes osan comérselas pero hay una que destaca entre todas ellas de bella inspiración que tiene nombre y apellido: Reina Pepiada.
El relleno de la Reina Pepiada consiste en una combinación de ensalada de pollo (o simplemente mezclando pollo asado o cocido, mayonesa y cebollín, también con un poco de cilantro pero no tanto) y lascas de aguacate. Aunque ha sido muy versionada, su receta original es una tostada rellena de pollo guisado, luego horneado, acompañado de lonjas de aguacate y granos de petit-pois” (guisantes). Su creación que tiene un poco más de seis décadas proviene del ingenio de un trujillano de Las Araujas, Heriberto Álvarez. Su negocio de arepas y empanadas que regentaba junto a su madre y hermano, estaba inicialmente en la esquina Cola e´ Pato, El Guarataro, en la caraqueñísima parroquia de San Juan. Eran tan famosas que la gente iba de todas partes de Caracas expresamente a probarlas. Aquellos que se acercaban por curiosidad a preguntar qué eran las tostadas (porque en Trujillo se llama así a las arepas rellenas) nunca se marchaban sin probar alguna. Con los años fueron creciendo y llegaron a tener un local en La Gran Avenida que comunica a Plaza Venezuela con Sabana Grande, la arepera “El Zorro” donde los mesoneros emulaban con su vestimenta al espadachín enmascarado de Baja California.

Llegamos a la mitad de la década de los 50, 1955. Una señorita oriental, más precisamente de Aragua de Barcelona, gana el certamen mundial de la belleza en Londres. Era Carmen Susana Dujim Zubillaga, conocida como Susana Dujim. Vivía en la urbanización Bello Monte y se desempeñaba como oficinista cuando ganó el concurso de Miss Venezuela 1955, realizado en el Salón Naiguatá, del hotel Tamanaco de Caracas, el sábado 9 de julio de 1955, que le permitió representar al país en aquel evento mundial. Con su cabello negro, ojos café oscuro y 1,74 m de estatura, impactó al jurado del “Miss Mundo” ante el acostumbrado desfile de mujeres nórdicas, rubias, de ojos azules. Susana no solo fue la primera venezolana en lograr esa distinción, sino también la primera Latinoamericana.

Como era de esperarse esa noticia causó algarabía en la sociedad de aquel tiempo, debido a la primicia y novedad. Es así que el señor Álvarez en honor al logro de Susana, vistió a una niña de reina. Esto atrajo la atención del padre de Susana Dujim que por casualidad pasaba frente al negocio y curioso preguntó qué hacia la niña ahí. Al enterarse, dijo que él era el padre de Susana y que llevaría a su hija a comer en el negocio de los Álvarez. Al presentarle la arepa tostada con el relleno de pollo y aguacate en su honor la llamaron “la reina” pero era tan bella que requería un adjetivo que le diera distinción, entonces le añadió “Pepiada”.
Según nos refiere Ángel Rosenblat en sus “Estudios sobre el habla de Venezuela. Buenas y Malas Palabras (Monte Ávila Editores, 1987) que esa palabra propio del calé de los jóvenes equivale a “chévere”, es decir, algo o alguien que está bueno, bonito. “Eso está pepeado” o “Esta pepiá”. También se desambigua a “pepiado/pepiada” o “pepito” para género neutro. (De ahí el nombre de una conocida marca de pasapalos, bocadillos o snacks de palitos de maíz horneados con sabor a queso). Curiosamente para la época estaba en boga los vestidos de faldas plisadas con lunares, es decir, llenos de pepas generalmente negras sobre fondo blanco, aunque también las había de colores.
La Reina Pepiada es un Bien de Interés Cultural reconocido por el Instituto del Patrimonio Cultural desde 2005.
Octavio Sisco Ricciardi