Octavio Sisco Ricciardi

Plagiar sustancialmente es copiar obras ajenas, atribuyéndolas como propias. En la mayoría de las legislaciones, el plagio constituye un delito que atenta contra los derechos fundamentales que dimanan de la creación de una obra y de sus autores. Pero igualmente, es una infracción que violenta el interés público en sus diversas perspectivas en la medida en que la obra plagiada, por no ser original, engaña al espectador y/o público consumidor con la suplantación, perdiendo así el vínculo que existe entre el verdadero autor y el fruto de su creación. Es un atentado contra la buena fe.

Notables han sido plagios en la historia. Por citar algunos de ellos, cuando Thomas Alva Edison no lograba hacer funcionar su generador de corriente continua, contrató al genial serbio Nickola Tesla, a quien le ofreció 500 dólares si lo hacía funcionar. Luego de tres meses de trabajo, Tesla logró hacerlo funcionar pero cuando le reclamó el pago a Edison, este le dijo: "Tesla, usted no entiende el sentido de humor norteamericano". Poco tiempo después, resultó más elaborada la chispa serbia, pues Tesla mejoró con creces el generador de corriente alterna, haciéndolo más fácil y es el que hoy seguimos usando. En la campo de la música, célebres han sido las reclamaciones hechas por Jose Satriani a la banda Coldplay en 2009, cuando aquel demandaba que la canción “Viva La Vida” (2007) de Coldplay era casi una copia de su canción If i could fly (2004); o la canción de Radiohead “Creep” (1992), demandada por The Hollies por plagiar su The Air That I Breathe, como consecuencia de esas reclamaciones, Coldplay y Satriani llegaron a un acuerdo extrajudicial y Radiohead fue obligado a poner a The Hollies como coautores de la canción. En el séptimo arte, cuando a Martin Scorsese la Academia de Hollywood le otorgó un Oscar por “Infiltrados” (2006), que no es ni de lejos una sus mejores películas, resulta que la cinta era en teoría una versión libre de la hongkonesa “Infernal Affairs”; uno de los directores de esta, se quejó por los parecidos que eran más que razonables, por lo que la compañía Warner Bros compró los derechos del filme original para poder adaptarlo a su antojo.
El mismo derrotero suele suceder en las artes plásticas. Aún más, plagios que afectan a colectivos como ha sido el reciente caso de las indígenas tejedoras de Aguacatenango, un poblado del Estado de Chiapas, México, cuyos diseños fueron descaradamente calcados por la empresa española Zara, lo que ha generado un debate sobre la explotación comercial de las grandes firmas de la moda, en detrimento de los creadores originarios, amén del patrimonio moral de los cuales son genuinos propietarios.

Cuando el 23 de mayo de 1905 se inauguraba la plaza de la República en la novel urbanización El Paraíso, al sur de Caracas, desvelándose un monumento ecuestre del general José Antonio Páez, la sociedad del momento creía que dicha escultura había sido elaborada por Eloy Palacios, el mismo del monumento al Campo de Carabobo, llamado hipocorísticamente “La India” por los caraqueños, colocado muy cerca pocos años después en el antiguo hipódromo de “El Paraíso” (1911). Así constaba al pie de la escultura que había sido moldeada en una fundición de Múnich, lugar donde residía Palacios desde hacía algunos años.

En realidad el diseño está inspirado en el cuadro que Arturo Michelena pintó en 1890. El crítico e historiador de arte Juan Calzadilla nos refiere que cuando Michelena pintó su obra “Queseras del Medio”, abrigaba la idea de un conjunto escultórico con ese tema. Al regresar de París e instalado en Caracas en 1890, hizo un boceto con pedestal incluido, que fue del agrado de su amigo, el entonces presidente Joaquín Crespo, quien estaba al corriente de su proyecto. Sin embargo, el mismo no cuajó debido a la salud mermada del pintor, a quien los médicos le recomendaron estancias largas en Los Teques.
En 1895, instalado Michelena en su taller de La Pastora, hoy sede del Museo que lleva su nombre, tuvo entre sus alumnos, al aventajado pintor y escultor valenciano Andrés Pérez Mujica, quien debió conocer el diseño original de su maestro, puesto que su esposa lo conservaba debidamente enmarcado en el salón principal de la casa-taller.


En octubre de 1903 Pérez Mujica envió al concurso anual de la Academia de Bellas Artes de Caracas una maqueta para el monumento de Páez, de evidente inspiración en el bosquejo de Michelena. La maqueta del concursante fue premiada por lo que le valió una beca de estudios a Europa. Por el año 1904, viaja a París en compañía de Eloy Palacios. Pérez Mujica, quien residía en París, trató con Eloy Palacios para la fundición en bronce del monumento. Palacios le hizo algunas sugerencias para corregir detalles del busto, los cuales fueron aceptados por Pérez.
La sorpresa fue cuando inaugurada la escultura en Caracas, apareció la firma de Eloy Palacios, omitiendo la autoría del ganador del concurso. Pérez Mujica protestó vehementemente desde los inicios, sin oportuna ni adecuada respuesta. Pasaron más de seis décadas, ante la insistencia justa de su viuda, Tatiana Ciedlowky de Pérez Mujica, luego de elevar una petición mediante carta fechada del 11 de mayo de 1961 al Cronista de la Ciudad, otro valenciano, Enrique Bernardo Núñez, el Concejo Municipal del entonces Distrito Federal en 1964 decidió rectificar dicho error. A partir de esa data, aparece como autor de la obra Andrés Pérez Mujica. Actualmente, existen varias réplicas de esta escultura en Acarigua (Portuguesa), Cocorote (Yaracuy), Mérida (Mérida) y San Fernando (Apure).
