Octavio Sisco Ricciardi
La Catedral Metropolitana de Santa Ana, mejor conocida como la Catedral de Caracas está ubicada en la primera cuadrícula de la ciudad, iniciada a finales del siglo XVI; es la Iglesia Madre de todas las iglesias de Venezuela, y en ella rige el Arzobispo Primado de la ciudad. Desde sus inicios hasta nuestros días, ha sufrido diversas intervenciones, esencialmente en los procesos de reconstrucción por los terremotos notables acontecidos en Caracas, en especial, el de aquel jueves santo del 26 de marzo de 1812, circunstancia que motivara a que le fuese suprimido un cuerpo a su erguida torre. A lo interno, también el altar mayor fue reduciendo altura y las capillas laterales no escaparon a las remodelaciones, entre las que destaca la de la Santísima Trinidad, propiedad de los Bolívar, que acogiera por casi 3 décadas los restos mortales de El Libertador hasta su traslado al Panteón Nacional en 1876.
Otra de las capillas de interés, cerca del altar mayor, es la Capilla de Nuestra Señora del Pilar. En ella están sepultados todos los Arzobispos de Caracas, menos los tres primados iniciales: los restos tanto del primero, Monseñor Francisco Ibarra como el tercero, Monseñor Ignacio Méndez, reposan en el Panteón Nacional; mientras que el segundo, Monseñor Narciso Coll y Prat, fallecido en Palencia, España, a donde había sido trasladado, guarda como reliquia su corazón. Algunas narraciones apuntan a que podría ser el corazón de Atanasio Girardot. El primer Cardenal venezolano, el Arzobispo de Caracas José Humberto Quintero quien dispuso la creación de este Panteón, se encuentra sepultado en esta Capilla, al igual que Monseñor José Ali Lebrún, segundo Cardenal.
Al fondo de la misma resalta un hermoso retablo de estilo barroco, como pocos en Venezuela. Una lámpara de plata del tiempo colonial cuelga del arco principal de la capilla y lleva una inscripción: “Soy de la Capilla de Nuestra Señora del Pilar de la Catedral de Caracas”. También se exhibe una pintura colonial intitulada “Un descanso en la huida de Egipto” de la Escuela de Murillo. Pero frente a ella hallamos una obra prima, un lienzo inacabado: “La última cena” de Arturo Michelena. La muerte lo sorprendió cuando estaba casi terminado el cuadro una mañana del 29 de julio de 1898; fallecía a los 35 años de edad. Destaca Juan Calzadilla que es una de las composiciones más equilibradas y arquitectónicas de Michelena. Encontramos detalles realzados en primeros planos, con la misma importancia de las figuras de los apóstoles, como el ánfora sobre el asiento, junto al Judas de expresión conflictiva. Es una obra, aunque inconclusa, digna de admirar. Es el testamento de Michelena.