Octavio Sisco Ricciardi
Antes de la incursión de la multimedia y las redes sociales al mundo de la comunicación, el uso de las señas en la misma es tan antiguo como el de las lenguas orales, o incluso como la propia historia de la Humanidad. Las lenguas de señas han sido y siguen siendo empleadas por comunidades de oyentes. Hace menos de un siglo, por ejemplo, el abanico, ese complemento elegante y práctico para refrescarse, era el medio de comunicación por excelencia usado por las mujeres occidentales en sociedad en un protocolo cifrado, de hecho existe una ciencia que estudia el lenguaje del abanico y su simbología, la campiología, emitocones en seda, papel o lino, bellamente decorados.
Por otra parte, en la antigüedad, las señales de humo era usadas en la comunicación entre grandes territorios y despoblados, mediante hogueras y que podían comunicar mensajes complejos y codificados de antemano entre atalayas o puestos de vigilancia para avisar de avistamientos enemigos o de cualquier otro asunto.
Pero si de sonidos hablamos, las campanas ocupan un lugar privilegiado aún hoy día. La campana nos suena, y sin lugar a dudas, al escuchar su sonido, proyectamos nuestra imaginación hacia la torre de alguna iglesia cercana. Sin embargo, hay quienes no se ubican, andan equivocados en algo y aunque tiene algún dato sobre algún tema, no lo han sabido analizar correctamente. Sobre todo en la actualidad donde hay más información que formación, casi siempre saben las cosas a medias, que es peor que no saberlas en absoluto, por lo que el que oye campanas sin saber dónde, anda despistado y errado en sus opiniones; de ahí del refranero castizo: “Oír campanas y no saber dónde”.
En términos simbólicos el sonido de la campana es el poder creador. Por su posición suspendida participa del sentido místico de todos los objetos colgados entre el cielo y la tierra; por su forma tiene relación con la bóveda y, en consecuencia, con el cielo.
El nombre de campana procede de la Campania una región del sur de Italia (Nápoles y sus alrededores) y su invención, tal como hoy la conocemos, se le atribuye a San Paulino Obispo, que la introdujo en el culto divino, en el siglo V en dicha región. Aunque las campanas ya eran conocidas por griegos y romanos, la forma y la utilidad actual no es tan antigua, pues no fue hasta el siglo XII, cuando empezaron a construirse torres en los templos para colocar en ellas las campanas, las cuales comenzaron a fabricarse de un tamaño mayor.
De ahí tenemos que mientras más grande e importante era la iglesia, sus campanarios y campanas lo eran en la misma proporción. Basta recordar a Quasimodo, el desventurado campanero de Nuestra Señora de París de la novela de Víctor Hugo. Las campanas de la torre eran conocidas por todos los vecinos, bien por su sonido, su tamaño o por el nombre. Tradicionalmente la campana más grande estaba dedicada a la Virgen María, otras a variados santos, dependiendo del lugar. En muchas iglesias, una de las campanas estaba dedicada a Santa Bárbara, abogada de las tormentas. Por supuesto que todas llevaban impresa una cruz en la parte frontal. El metal con que se fundían las campanas, por lo general era una mezcla de cobre y estaño en distintas proporciones, fórmula que los artesanos guardaban secretamente, de generación en generación.
Los numerosos y diversos actos y oficios de la vida del pueblo se anunciaban con el toque de las campanas, bien fueran actos religiosos o civiles. Es así que en el código comunicacional, las diferentes maneras de tañer las campanas, tenían su significado, aunque algunas de ellas persisten actualmente. El toque del Ángelus se realizaba al amanecer, al medio día y al atardecer. Estos tres repiques marcaban tres momentos fundamentales del día, el amanecer, el medio día o la hora de comer, y la hora de regresar a casa tras el trabajo, orientando a todos los que se encontraban trabajando en el campo, e invitando a rezar.
Los sacristanes eran los encargados de realizar los distintos toques: el “toque de arrebato” se hacía cuando había alguna catástrofe, un incendio, alguna alarma. Se tocaban varias campanas a la vez y de forma rápida para que acudieran los vecinos en ayuda o a socorrer o sofocar algún incendio. “Toque de fiesta”: los días de fiesta grande se tocaban las campanas “a vuelo”, que consistía en voltear las campanas, cosa que realizaban los mozos más arriesgados. “Toque de difuntos”, también conocido como “clamor” que avisaba del fallecimiento de algún vecino. Era un toque lento, espaciado en tono menor en el que participaban dos campanas distintas y que todavía hoy sobrecoge cuando suena. Al final del mismo nos daba la clave: si el finado era hombre se daban dos toques separados, y tres si la fallecida era una mujer, el twitter sonoro.
Sería en una mañana del 16 de septiembre de 1810 que según la tradición mexicana, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, en compañía de Ignacio Allende y Juan Aldama, “a toque de arrebato”, tañó una de las campanas de la Parroquia del Pueblo de Dolores, hoy Dolores Hidalgo, Guanajuato, para llamar con urgencia a sus feligreses con el fin de que se levantaran en armas contra la Nueva España para socorrer al país soberano que estaba por nacer. Es “El Grito de Dolores” considerado el acto con que dio inicio la guerra de Independencia de México.
Este acto constituye el inicio formal de la Guerra de Independencia mexicana, si bien existen diatribas en el academia sobre las evidencias del sitio exacto en el que se dio la arenga, las palabras que la constituyeron, o si el cura tocara una campana, al menos hay consenso entre los historiadores en aceptar que Hidalgo efectivamente convocó a los dolorenses a esta gesta popular que colma de riqueza cultural ese evento emblemático.
En 1812 se inaugura las formas cívicas de conmemoración de la fecha patria mexicana. En 1825 fue la primera ocasión en que el 16 de septiembre tomó forma de fiesta nacional. Resulta paradójico que durante la Segunda Intervención Francesa en México, fuese Maximiliano de Habsburgo quien oficializase la celebración del Grito de Dolores, cuando en 1864 se trasladó a Dolores, donde dio el Grito desde la ventana de la casa de Hidalgo y tocó la campana de Dolores a eso de las diez de la noche.
Luego, a finales del siglo XIX, la campana es trasladada al Palacio Nacional de Ciudad de México, donde es tocada por el Presidente de la República entre el umbral del 15 al 16 de septiembre de cada año. Se trata de la fecha suprema del calendario cívico mexicano, aunque la ceremonia del grito carece de protocolo oficial. Con todo, se realiza en medio de un ambiente solemne apegado a las disposiciones legales sobre el uso de los símbolos nacionales, basado en una férrea tradición que se ha afianzado con el paso de las décadas. Una réplica del esquilón San José, como así se le llama a la Campana de Dolores forma parte del patrimonio cultural de la ciudad de Caracas y del país. Donada por México a mediados de los 60, se encuentra ubicada en la avenida homónima, parroquia La Candelaria.
La avenida México es el tramo ubicado entre la plaza de los Museos de Los Caobos hasta la esquina de Pele el Ojo, en Parque Carabobo (Av. Sur 15). Para finales de 1930 el límite este de Caracas era precisamente el Parque Sucre, conocido por los caraqueños como de Los Caobos. Basta recordar que Sabana Grande, el poblado más cercano, era una parroquia foránea. En 1935 se concluye la construcción del Museo de Bellas Artes y de Arqueología, de acusado estilo art-decó del arquitecto Carlos Raúl Villanueva, en la urbanización Los Caobos, que circundaban una plazoleta redonda. Inmediatamente después había una plaza más grande que en principio estaba destinada a llamarse Mohedano, pero en 1945 el gobierno de México dona la escultura del generalísimo José María Morelos y Pavón (1765 - 1815), apodado el “Siervo de la Nación”, la cual es emplazada en ese lugar. Morelos fue un sacerdote, militar insurgente y patriota mexicano, artífice de la segunda etapa de la Guerra de Independencia Mexicana(1811-1815). La escultura es una réplica de la efigie de Morelos (1942) en el Centro Histórico de Cuernavaca, denominado el “Morelotes” por su casi siete metros de altura, del escultor mexicano Juan Fernando Olaguíbel Rosenzweig (1896-1976), autor de una obra extensa que se observa en diferentes puntos de la Ciudad de México (la Diana Cazadora, la Fuente de Petróleos) y de otras ciudades mexicanas (Monumento al Pípila).
Es a partir de la disposición de la imagen de Morelos en ese enclave que la Avenida que conecta hasta Parque Carabobo se llamaría México. Así se refleja en el plano de Caracas editado al año siguiente (1946) por el Ministerio de Obras Públicas de Venezuela donde principia a perfilarse San Bernandino como urbanización. La plaza Morelos era un grato espacio público cobijado por la sombra de frondosos árboles hasta que en 1957 con la construcción del corredor vial de la avenida Libertador, se secciona la plaza, y la escultura de Morelos es ubicada en el sitio actual.
A mediados de los 80 del pasado siglo, con ocasión a la construcción de la Galería de Arte Nacional, se incorporan a la avenida México dos esculturas pedestres de dos ilustres presidentes mexicanos: el general Lázaro Cárdenas del Río, quien presidiera el país azteca entre 1934-1940, impulsor de un lúcido y determinado proyecto nacional y una política nacional independiente, defensor de la soberanía de México sobre sus recursos naturales, expropiando la industria petrolera, y Benito Juárez, gobernante entre 1858 a 1872, símbolo del derecho de justicia, quien consolidó la soberanía de la nación mexicana al vencer la intervención extranjera. Esta última representación es obra también del escultor Olaguíbel
A propósito del ducentésimo noveno Aniversario de la Independencia de México, tal vez un emplazamiento plástico que recuerde al padre Miguel Hidalgo en el pasaje azteca de la avenida México de Caracas, sería un justo homenaje a su inexplicable omisión para que junto a la Campana de Dolores, siga elevando al vuelo el poder creador del Grito de la Libertad ¡Viva México! ¡Viva el heroico pueblo de México!